Lo que a continuación intento contar lo escribo desde un pequeño observatorio personal situado en los Alpes suizos. Se trata de mi chalet de montaña con un refugio antinuclear en sus sótanos, de muros de hormigón armado de 30 cm de espesor, y desde donde, a través de una pequeña mirilla, puedo ver el exterior mientras pedaleo las bielas de la máquina de generación de electricidad.
Me conecto con el resto del mundo vía antena satelital por ello pedaleo además de reducir mi nivel de ansiedad.
Lo cierto es que en el exterior no ha habido una reacción nuclear, como podría Ud. pensar, sino algo peor, los Estados se disolvieron por incompetentes, las sociedades se desarticularon por los efectos de sus conductas irregulares y la visión humana del mundo quedó destruida por la encarnada fe, no solo de los fundamentalistas religiosos sino también la de los consumidores que, desprovistos de cultura y educación, conforman la mayor parte de la población activa del mundo. El resto de las personas han quedado por debajo de los índices de pobreza por lo tanto convengamos que no existen, al menos en nuestra capacidad inmediata de pensamiento práctico y de influencia, exceptuando la de los populistas y demagogos. El creciente índice de mortandad por deshidratación y otras patologías adversas muestran hasta dónde quedó reducida la codicia del desarrollo vinculado al precio de las cosas y no al valor de las mismas, desapareció la coca-cola, lo que a nadie esta dejando indiferente, o al menos casi a nadie.
Otro tema que me llama la atención desde mi refugio es observar la “recomposición” del tejido urbano de las ciudades dejadas al libre albedrío. Éstas están siendo carne de los financistas quienes sólo ven su lucro por el endeudamiento de los promotores insolventes los que, diezmados por la crisis, solicitan créditos para proyectos de construcciones que no llegan nunca a buen término porque su tiempo de ejecución es mayor a la necesidad de beneficios de los que prestan el dinero. La batalla esta servida para los abogados.
La realidad esta poniendo una vez más a los idealistas, pensadores, creativos y académicos en su lugar, es decir: en ningún lado.
Semejantes verdades justifican que haya dejado mi oficina en un banco privado de Zurich, de mi propiedad, y venga a refugiarme en mi chalet en este cantón suizo (o de lo que me imagino queda de él en términos administrativos). Por suerte soy uno de los pocos que ha podido poner a buen recaudo la acumulación del capital que he logrado en el transcurso de los últimos veinte años.
No estoy solo, conmigo esta mi mujer sin su perra que falleció hace dos años, mis dos perros y la señora de la limpieza que decidió ser fiel a nosotros y abandonar a su familia, gesto que le agradeceré mientras viva.
El refugio no tiene las comodidades de nuestra casa de arriba ni tampoco las de nuestra mansión a las afueras de la ciudad de Zurich. Hemos tenido que conformarnos con 250 metros cuadrados bien dispuestos pero que carecen del más mínimo detalle decorativo, salvo algunas piezas imprescindibles para mi integridad psíquica: el Kandinsky sobre el muro de hormigón del salón, el Guernica de Picasso que lo adquirí en una trastienda en el último viaje a Marrakech y que le da direccionalidad al gimnasio, y el jarrón de dinastía Ming que me regalara mi madre como pagaré en futura “compensación” por hacerme cargo de ella en sus últimos trece años de vida. El jarrón esta ubicado en la sala comedor frente a una de las cabeceras de la mesa, la contraria a donde yo me ubico y aunque mamá ya no esté entre nosotros, su presencia sigue manteniendo en estado de alerta a mi mujer.
Las relaciones humanas vinculadas a mis negocios me enseñaron a controlar mi lenguaje no verbal para que las personas ignoren mi real pensamiento mientras hablo. He perdido gestos y maneras expresivas para ser ahora un hombre pensador y libre de la influencia de otros pensamientos adversos a mis opiniones. Esto también pone en jaque a mi mujer, fundamentalmente porque no termina de saber cuándo habrá sexo o cuando ocio, por el contrario sí sabe, y así lo acordamos para poder estar juntos, la hora de las comidas y con ello nos hemos ganado el respeto mutuo. Nuestros deseos culinarios están siendo satisfechos gracias a la cámara frigorífica con reservas para ocho meses, lo que estimaron mis asesores que duraría esta crisis o catarsis, según cómo se mire.
Recuerdo que mi amigo Albert, hace algunos años, me escribió durante una de las tantas crisis pasadas lo que sigue:
““No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo”. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar “superado”. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El problema de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla”.
La sabiduría de Albert siempre me alentó. Lo que no me alienta es que algunos integrantes de la red satelital de la cual formo parte, entre las 10.000 personas, cuya ubicación ignoro realmente a parte de su verdadera identidad, sostienen que la única manera de resolver el problema del mundo es generando un nuevo método basado en el endeudamiento. Se trata de un modelo financiero que consistente en refundar Estados más eficientes con el capital, (nuestro capital), y que alrededor de esos núcleos se promulguen reglas de juego desde un principio de “bipolaridad reactiva”: La economía debe moverse por medio de la financiación surgida de los clientes pero reactivamente deberá ser mayor el flujo de financiación vía proveedores, de forma tal que el paulatino endeudamiento de estos últimos haga mover intereses contra los cuales se generen acciones o participaciones que renten a los que prestan el dinero. Por lo tanto, los beneficios y el enriquecimiento vía inversiones queda cautivo por los bancos y sus accionistas. Esto último no pone en duda al sistema democrático como muchos piensan aunque su economía esté sometida al ámbito del poder financiero y no al de la capacidad productiva de bienes y servicios.
La verdad es que aunque no comparto plenamente este principio me esta dando pié a una serie de ideas que, en cuanto salga de mi refugio, pondré en marcha en mi organización. A mi madre le encantaría y a mi mujer se lo voy a contar hoy en la cena. Ahora ella esta haciendo PIP (Pilates Interactivo Pasivo) en el gimnasio. Le ubiqué los aparatos cerca de la parte femenina del cuadro de Picasso: esa madre gritando, para que no pierda ese “charme” que siempre la ha caracterizado, la adoro aunque no me haya dado hijos y le quiero regalar un nuevo collar de perlas naturales que le traje de mi ultimo viaje a China y que hacen juego con el jarrón de Mamá.
La mayor parte de mis negocios están basados en las ideas sobre la generación de bienes y servicios que diferentes inversores del mundo me proponen. Sin embargo, muchos de mis colegas de otros bancos optaron por la vía de promoción de inversiones ficticias vinculadas a la emisión de bonos de contaminación marítima y atmosférica. Sobre el particular pienso que lo que no es ficticia es la contaminación lo que son ficticias son las cifras que se emiten en función de los intereses económicos de los que controlan la contaminación, generalmente empresas vinculadas directa o indirectamente con los que contaminan y amparados por los antiguos Estados disueltos. Mis principios personales no me permiten aceptar esas premisas para financiar esas actividades y menos en estos momentos que hay un total descontrol sobre el asunto. Cuando cremé a mi madre pagué una tasa de emisiones de CO2 a la atmósfera que me pareció totalmente desorbitada comparándolo con lo que pagué por la de la perra de mi mujer.
Lo cierto es que estoy esperando que se decanten un poco las cosas para ver si se recuperan las acciones de mi banco que han caído en picado en el último semestre. Por las dudas ya he pactado una eventual fusión con otro banco para evitar que lo compre alguien extranjero sin escrúpulos que me someta a sus deseos caprichosos. Ya bastante tuve con Mamá.
Con Albert nos veíamos muy de vez en cuando en ocasión de mis desplazamientos a Berna cuando me invitaba el Consejo de Estado para controlarme. Hace algún tiempo le envié unas líneas de agradecimiento por lo que hizo por la humanidad y, al mismo tiempo, le di a entender que los inmensos beneficios que supuso su teoría le reportarían una fortuna y que esperaba que la confiara a mi banco. Hoy el secreto bancario ha sido punto de mira de los Estados para justificar sus desaguisados financieros buscando culpables en nuestro sector.
Las últimas veces que visité Berna no tuve la oportunidad ver a Albert y procede aclarar que por cuestiones de ética y del secreto bancario que sigue en pié, no puedo dejar claro si Albert tiene o no cuentas en mi entidad, además Papá no me lo hubiera permitido. Sólo puedo afirmar que los beneficios que supusieron las teorías de Albert me han permitido multiplicar mi capital y hoy en día gracias a la física cuántica y sus descubrimientos sobre el agujero negro he podido hacer que un volumen considerable de capital desapareciera sin dejar rastro alguno para beneficio de la sociedad: ¡La hemos dejado en crisis!. Quiero de igual manera agradecer a Albert por sus sabios consejos.
No se a ciencia cierta cuales serán los derroteros del mundo pero amparado en el neutralidad podré seguir negociando con todos. En todo caso es mejor que el suicidio de papá.
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