El barco se hacía a la mar como todos los meses cargado hasta el mástil. Zarpó hacia el horizonte, esa línea frente a los ojos que abre la imagnación pero que todo lo traga.
El almirante en su mando ordenó adentrarse más allá del horizonte. Rumbeó.
Todos temieron menos él. La ignorancia hacía cautiva del miedo a la tripulación. El rebote de las olas del agua sobre el casco aumentaba la sensación de soledad. Solo el almirante no se sentía solo, lo acompañaban su idea y su conocimiento.
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