sábado

DESDE EL METRO

Sentada, tomando con la mano izquierda al pasamanos, dejaba caer flexionado de cansancio su brazo.

El movimiento del vagón meneaba su cuerpo, sus pesados párpados se refugiaban tras la opalescencia de sus gafas.

Desde el asiento del frente la miraba. Estaba impecablemente vestida de día de trabajo. Al recorrer con mi mirada su cuerpo me detuve en la observación de sus zapatos de tacón, que de tanto mantenerle el equilibrio se hicieron al desequilibrio de su forma, de su color y textura.

Al llegar a la estación me incorporé en el pasillo y con el diario bajo el brazo, le dije: ¡buenas noches!.

Al cerrarse las puertas, la obscuridad del túnel devoró al tren junto con ella. Ninguna palabra de respuesta ocupó aquel vacío; sin embargo, otros tacones golpeaban el andén.

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