Desgastada por el roce, arruinada por los límites de su amor, deambulaba Arcilinda inundando de su olor los espacios de su aldea.
Su sonrisa no persuadía a sus gafas que, empañadas por el vapor que de su cuerpo emanaba, negaban su hogar. Sin saber hacia dónde se dirigía, Arcilinda, avanzaba a pie firme con sus chanclas color rojo carmesí.
Su caminar decisivo dejaba en claro que se trataba de algo más.
Pletórica, sentia Arcilinda esa gracia que el triunfo otorga y que subjetiviza la realidad hasta el punto de deformarla para satisfaccion de la vida.
¿Será que Arcilinda haya logrado desprender su alma del cuerpo?
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