Arcilinda pensó que si salía durante la tormenta, quizás, un rayo la partiera en dos y su cuerpo quedara liberado de su propia alma.
Al salir las descargas eléctricas eran tan potentes que sus ramificaciones eran impredecibles. A la ocasión, Arcilinda se quitó las chanclas rojo carmesí para estar más en contacto con la humedad del barro, muy al pesar de los cangrejos que temían el descenlace.
Mirando al cielo, con sus gafas llenas de agua, sus ojos pedían piadosos la caída del rayo fulminante.
La tormenta no sucumbió al destino de Arcilinda y la dejó sin ser partida. Sus ojos seguían apuntando al cielo, ahora inyectados de ira. Sus dientes apretados y sus mandíbulas inmóviles.
Se calzó las chanclas y volvio a casa, con su alma intacta, acurrucada en algún lugar de su cuerpo y atormentada por el resplandor de los rayos
1 comentario:
me va gustando esta arcilinda
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